Ilustración de Rafael Echeverría
Abro lentamente los ojos para evitar sentir un gran vacío si al abrirlos ya te has marchado lejos sin intención alguna de volver a mi lado, me miento a mí misma negándome al amor, diciéndome que no te extraño entre mis sábanas en las solitarias noches en las que te siento lejos, intento creer en mis mentiras, mentiras por las que he de pagar en tiempos de senectud, pero ante la febril juventud que invade momentáneamente mi alma parecen importar poco las cuentas que me pedirá la vida en unas cuantas décadas. A pesar de mi empeño, parece traicionarme nuevamente la sensibilidad de mi espíritu, una vez más se ha quebrado mi voluntad ante la dulce mirada de tus ojos, he quedado silente e inmóvil frente a ti, con el orgullo atolondrado y corazón frágil con aires adolescentes que se agita ante tu presencia.
Me recuesto intranquila sobre tu hombro y recuerdo por qué te necesito cerca, por qué anhelo tus besos cuando no estás a mi lado, por qué encuentro sosiego en el perfume que deja escapar tu cuerpo y de pronto recuerdo que ante el estrépito de la ciudad, tu voz adentrándose en mis oídos es lo único que logra calmar la ansiedad que corroe mi ser en las noches taciturnas que a veces me parecen tan eternas, esas noches que incluso siendo de juerga se tornan agrias cuando sale el sol y la melancolía me encuentra, esas noches en las que bailo hasta convertirme en una extraña entre la música, y bajo las luces de la pista finjo serlo incluso para ti.
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